Magda Portal: "El rol de la mujer revolucionaria"

Debemos abordar el tema con toda la sinceridad que lo requiere el momento, y frente a la situación del Perú, que es hoy una de las más interesantes que haya atravesado nuestro país en su vida republicana.

No podemos creer que la influencia perniciosa de la tiranía —aplastamiento del espíritu de los ciudadanos, cobardía para decir su pensamiento, relajamiento de los deberes patrióticos, aniquilamiento del sentido nacionalista— no haya, también, hecho su efecto en el espíritu de las mujeres, que ajenas a los nuevos ideales que se enarbolan hoy en todo el mundo, como consecuencia de las grandes transformaciones operadas después de la Guerra, apenas si pueden discernir entre lo conveniente y lo inconveniente para su propia dignificación como seres humanos. No otra cosa es el paso dado por el llamado Feminismo Peruano Zoila Aurora Cáceres, el que, amigo del tirano, no vaciló en serlo también del déspota de los seis meses a quien prodigó sus más zalameros elogios, ni ha desperdiciado la ocasión de acercarse con la mayor amabilidad a la nueva Junta de Gobierno. Hacemos este hincapié porque para una mujer revolucionaria, no puede haber un tan elástico concepto de los derechos femeninos que se preste en la misma forma para halagar a un tirano, como a un hombre honesto y viceversa.

El concepto abstracto del voto femenino no reúne en sí el ideal, la aspiración máxima de la mujer, ya que es posible sujetarlo a los caprichos de un régimen de dictadura inconsulta o de un megalómano inconsciente. De allí el poco o ningún caso que en el espíritu de las mujeres que trabajan —empleadas, profesionales, obreras—, ha hecho un llamado de esta institución femenina amorfa por la calidad de sus componentes y de sus principios, y desligada en lo absoluto de los verdaderos intereses de la mujer.

Creemos que el rol de la mujer peruana es hoy decisivo en los destinos de la patria. Creemos que es posible despertar su mentalidad hasta insertarla en las luchas políticas que hoy se sostienen en el Perú, hasta el extremo de hacerla partícipe de ellas, ya que por primera vez en nuestra historia, salen a la palestra partidos políticos e ideologías que encarnan todo en vasto programa de reivindicaciones sociales y llevan en sí los gérmenes de la transformación total del Perú. Nunca como ahora se han exhibido en toda su fuerza los males de la patria. Jamás hemos podido sentir con tan abrumadora energía la derrota moral de los viejos partidos históricos, representativos de las castas adineradas, de los azucareros criollos , de los aristócratas, de los concesionarios del guano, del salitre, del cobre y del petróleo. Nunca como hoy vemos al Perú al borde de la ruina, en plena crisis económica y política, y frente a gravísimos problemas por resolver.

Homenaje de la revista Claridad a Magda Portal, octubre de 1935.

Nosotros, resueltamente, culpamos de todo este mal a los oligarcas que han detentado el poder sin tener para ello ni capacidad técnica, ni moralidad, ni honradez, ni patriotismo. Que sólo han tenido venalidad y ambiciones personalistas.

Dentro de ese ambiente corrupto es que se ha modelado la mentalidad de nuestras mujeres. Las viejas mujeres que hoy forman el grupito de Feminismo Peruano con todas las tareas de la política criolla, oportunista, y las jóvenes mujeres que hoy están al margen, o forman dentro del Partido Aprista. Nosotros creemos que a la mujer le toca, si no un papel militante, decisivo, a lo menos un papel vigilante.

La moralización del Perú, su transformación, su mejoramiento social y económico, no puede ser obra exclusiva de los hombres. Tiene que ser con la colaboración efectiva de las mujeres, a quienes por igual daña el sistema derrotista en qué vivimos, y a quienes por igual y tal vez en forma más dolorosa, toca sufrir todas las consecuencias de la mala política de 60 años. Y no es mediante el voto que las mujeres han de hacer posible está cooperación, ni exclusivamente por su igualación de derechos respecto del hombre.

Dentro de la sociedad actual, donde pugnan todavía en su último desesperado esfuerzo por conservar el poder, los viejos del civilismo clásico y los jóvenes del neo civilismo, los que disfrazados de un izquierdismo de última hora, lanzan programas de lavandería política sin la previa consulta a las grandes mayorías nacionales y sin el previo respaldo de un partido político disciplinado, organizado, fiel reflejo de la opinión de nuestras masas productoras: no puede ser admisible que el voto de las mujeres, captadas aún por el respeto a los nombres "ilustres" y dominados por la superstición del poder que acabamos de derrocar, vayan a aumentar los votos de la vieja casta explotadora. No está la mujer en capacidad de ejercer sus derechos políticos, sin la influencia del hogar católico, del convento y del confesionario. Tal vez sí lo estén las mujeres que trabajan. Pero el voto restringido sería motivo de alharaca y sería difícil controlarlo. Establecido un nuevo sistema, depurado el ambiente, dándosele a la mujer amplias posibilidades de acercarse a la cultura y de rehabilitarse por este medio, entonces será posible que el porcentaje de votos femeninos sea para respaldar a los nuevos partidos y a sus hombres.

En el primer caso, la fuerza aportada por la mujer, sería fuerza de retrogradación, de continuación de sistemas que han llevado al Perú a su actual caos y a su actual desintegración. En el segundo caso empezarían a ser fuerza consciente, de clara determinación y podrían contribuir a la reconstrucción del país dentro de las nuevas normas que quieren las izquierdas.

Si examinamos el resultado del voto masculino en los sesenta años del civilismo y partidos históricos, debemos convenir en que jamás tuvo la verdadera conciencia ni la exacta intuición de votar por quien efectivamente representaba sus legítimas aspiraciones. Bien está que en la forma en que se tenía establecida la votación no era posible que el pueblo designara a sus personeros con entera libertad, si no que tuviese que sujetarse al soborno, a la amenaza, a la paga y a la descarada mistificación de las autoridades. Nuestros pueblos del interior estaban totalmente dominados por los gamonales que eran los que señalaban el individuo por el cual debía votarse. Las empresas imperialistas por su lado, hasta el presente, siempre han prohibido a sus empleados y obreros ejercer este acto cívico, sin la previa recomendación que ellas hacían de tal o cual personaje adicto defensor de sus intereses en daño de los de la Nación. Ejercido en esta misma forma el voto femenino, el resultado sería lamentable, doloroso. Sería como dijo en época memorable una mujer obrera, precisamente la señora Cáceres cuando recién iniciaba sus campañas políticas por el voto femenino: "nosotras votaremos para que se encaramen ustedes y tengan como lucir mejor su vanidad".

El voto secreto en el presente momento, ejercido por la mujer no desligada aún de los prejuicios hogareños y de la tutoría del sacerdote, iría a aumentar, lo repetimos, los bancos del conservadorismo reaccionario, del civilismo derrotista.

No es mediante el voto que la mujer Aprista cree en la conquista de todos sus derechos, ni es el voto precisamente la cosa primordial por la que ella iría a la lucha. Es por la igualación en todos los órdenes, por la defensa de su personalidad humana ante la explotación capitalista, por su educación ampliada, libre, gratuita, por la dación de leyes que la protejan como mujer, como madre, como trabajadora, por lo que ella aportaría a la lucha política del Aprismo su concurso inapreciable.

El verdadero rol de la mujer revolucionaria, de la mujer moderna, sin extraviado concepto de sus derechos, es colaborar por qué en nuestro país se establezca un sistema de gobierno tal que haga imposible la desigualdad social, la injusticia, la postergación de sus derechos. El voto político será una consecuencia de esta igualació, y no el factor primordial para que se produzca el reconocimiento de los derechos femeninos.

El criterio de la mujer revolucionaria no puede consentir todavía en que se plantee una pugna de quién dá más y quién dá menos, entre el hombre y la mujer. Esto la rebaja y la humilla. No es posible pedir por partes lo que debe dársele sin restricciones. Y dentro del Aprismo el concepto de igualdad social y política, no establece diferencia alguna entre el hombre y la mujer, si no es el de la capacitación, preparación técnica, cultura, actividad y buena voluntad para el trabajo.

A la mujer aprista —la mujer revolucionaria— no le interesa el voto. Sabe que el Estado funcional, técnico y especializado, suprimirá la politiquería, las componendas y toda la inmoralidad y el favoritismo de los viejos regímenes. Las señoras de la aristocracia , de la nueva y de la vieja, las esposas y hermanas de los señores gamonales criollos, no tendrían más asiento que el que les brindan las cómodas poltronas de sus casas, y las representantes de las mujeres serán las mismas trabajadoras, obreras, profesionales y empleadas, que conocen las aspiraciones de la mujer y saben cuáles son sus verdaderos y vitales intereses.

Magda Portal

*Repertorio Americano, N° 21, Tomo XXII, sábado 6 de Junio, pp. 632, 634-635.

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