Luis Felipe de las Casas. El Sectario

Este libro se comenzó a escribir en la Penitenciaría de Lima, en 1949. Una noche, el penal fue invadido por el Director de Gobierno, el sátrapa Esparza Zañartu y una gavilla de soplones. Los que estábamos recluídos en la "Rotonda" fuímos objeto de los atropellos consiguientes. No sólo rebuscaron nuestras cosas, que no eran muchas, sino que se nos incautó todo lo que teníamos escrito. 

Entre mis papeles se llevaron varios cuadernos que contenían los primeros capítulos de esta obra. Años más tarde en la "jaula" del pabellón No. 2 de la misma Penitenciaría de la que fuí "inquilino" obligado durante casi siete años, conjuntamente con los marineros y pocos presos políticos, en la soledad de mi celda y en la "pampa" del penal, donde de día se me tenía aislado del resto de la población carcelaría, fui reconstruyendo los capítulos sustraídos y escribiendo otros en forma de cuento, pero con la forma de crónica-testimonio de un "sectario" como aparece ahora. 

Durante varios años fuí leyendo y revisando lo escrito. Al recuperar mi libertad en 1955, llegué a grabar varios de ellos en una cinta magnetofónica pensando que a mi muerte mis familiares y quienes quisieran conocer verídicamente nuestras luchas, persecuciones y frustraciones pudieran oirlas de mi propia voz. 

Luis Felipe de las Casas, en la cárcel. Portada de su libro El Sectario.

Ese fué el destino que había dado a mis escritos y hasta algunos poemas que compuse. En los últimos años, alentado por mi esposa y a pesar de mis ocupaciones, continúe trabajando en El Sectario agregándole nuevos capítulos pero manteniendo mi primigenia actitud. Hasta hoy no había deseado publicarlos. No faltaron quienes, en más de una oportunidad, hicieron todo lo posible por tentarme a ello, particularmente editores conocidos que me aseguraron éxito de librería. Encontraron siempre mi negativa. 

En 1962 me aparté de los cargos directivos en el CEN del PAP, у más tarde fui "separado" automáticamente del Partido por obra y gracia de no muy santos espíritus que exigieron una "obligada reinscripción", condicionada a una total aceptación de la "Coalición del Pueblo", vale decir: del vergonzoso e infamante pacto con el dictador castrense, asesino y torturador de apristas, el gobernante del régimen de la llamada "Restauración", Manuel A. Odría. 

Y si durante tanto tiempo y oportunidades no edité los cuentos o relatos, ni los difundi, fué ante todo porque el ser consecuente con los linea ética que guía mis actividades en todos los aspectos de mi existencia, me impedía hacerlo, y, de otro ángulo, por mi gran veneración por los cientos de muertos en la lucha de casi medio siglo; ilustres sacrificados que merecen más bien el homenaje de una vigencia e implantación de nuestros ideales. En última instancia, para no dar "comidilla" a los enemigos eternos del Partido y para que sus repercusiones no sirvieran de pretexto para que me inculparan de los fracasos a que estaba condenado el Partido desde hacía años, tal como lo advertimos cuando, por decencia, nos retiramos de la dirigencia. Nos fuimos muchos; entre otros, Manuel Seoane Corrales, silenciosamente, sin estentóreos gestos y sin conflictos de conciencia. Seoane fué a EEUU a trabajar en un proyecto de Cooperación Latinoamericana que estaba por concretarse antes de morir el "Cachorro" y que diera lugar al establecimiento y organización del CIAT que facilitó la Alianza para el Progreso. 

Mi campo de acción fué Lima y me dediqué a la enseñanza universitaria en la UNI donde había ganado una cátedra en doble concurso de méritos y oposición en 1961. Como no se trata ni de autobiografía ni de memorias, sino del testimonio de un aprista, este libro sólo comprende el período político desde 1931 hasta mi alejamiento de la dirigencia y militancia partidaria en 1962. Los hechos posteriores, mis actividades en los campos profesionales, universitarios y de servicio al país, particularmente durante el gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, será tratado en otras circunstancias y quizá en otro libro. 

Durante ese largo periodo de casi dos décadas me he cuidado de ni siquiera opinar en público sobre los problemas y la política del PAP, de su líder máximo Victor Raul Haya de la Torre, de sus dirigentes y sobre todo, salvaguardé el respeto y las consideraciones de este noble y generoso pueblo aprista que, ayer como hoy, sigue dando todo su apoyo por la vigencia de su doctrina y el éxito de su causa: la justicia social. 

Hoy día, muerto Victor Raúl, el Partido atraviesa una crisis sin paralelo en su cincuentenario historial. Por esa razón, creo que ha llegado la hora, de una vez por todas, de intentar recuperarlo para el país, no solo por sentimentalismo sino por la importancia obligada que su participación tiene en el proceso de la gran transformación requerida por nuestra sociedad. 

La publicación de estos testimonios está lejos de las disputas personalistas y mezquinas de algunos de sus más calificados dirigentes y del afloramiento público de los grandes y permanentes problemas, ventilados ahora impúdicamente en la TV, diarios, revistas, etc. A los heroicos y leales compañeros, a los sinceros peruanos seguidores de nuestra agonía y a muchos otros que respetan al PAP porque nunca fueron envenenados ni afectados por el virus anti aprista, les entrego mi testimonio sobre el quehacer político que hemos vivido. No sólo para que sea juzgado, sino como un medio que contribuya positivamente al renacimiento de nuestro movimiento indoamericano, de acuerdo con sus principios e historia primigenia; si ésta es la voluntad del pueblo aprista. 

Así creó explicar mi conducta y justificar mi silencio de estos últimos años. De mi entrega incondicional al servicio del país y del pueblo, desde el lejano 1931, cuando en Barranco me inscribí en el APRA y me inicié políticamente, militando, hasta mi subrogación voluntaria en 1962. 

Durante ese largo período ocupé varias Secretarías Nacionales y los más altos cargos del Partido tanto en el país como en el destierro.

Me retiré de la actividad partidaria después de más de treinta y un años de militancia, y lo hice en resguardo de sagrados principios de conciencia. 

Que de algo valga esta introducción. Sobre todo, al iniciar con mis lectores, tal vez compañeros en el ideal y la esperanza, el recorrido por la trayectoria de un auténtico "sectario" en su lucha sin cuartel por el bien vivir del pueblo y la justicia social. 

Miraflores, diciembre de 1980.

*Prólogo escrito por Luis Felipe de las Casas, en su libro El Sectario.

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