Manuel Seoane: "La muerte para los apristas es solo una ausencia transitoria"

Cuando después de la gran clandestinidad de los 16 meses de Sánchez Cerro, libre ya Haya de la Torre de la herbástula donde pasó horribles meses de cautiverio privado de luz y de las más indispensables comodidades personales, el aprismo rehizo sus filas, reapareció más pujante vigoroso y decidido que antes, en sus luchas por la democracia, la libertad y la dignificación ciudadana. Reunido la prismo en magna asamblea, que dejó chico el recinto de la Plaza de Acho, Manuel Seoane pronunció este hermoso discurso, dedicado a los mártires de la prismo y a todos los civiles y militares caídos en las dramáticas luchas y batallas de la cruenta guerra civil que vivió el Perú hasta 1956, cuando se dio comienzo la convivencia democrática de la cual fue uno de los artífices el líder aprista desaparecido.

Compañeras y compañeros del Partido;
Conciudadanos:

Traigo el encargo del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Aprista Peruano para rendir un tributo emocionado a los caídos en la lucha. Pero pido como cuestión previa que guardemos un minuto de silencio en homenaje a su memoria. (Todos los compañeros apristas, con el brazo izquierdo en alto, guardan un minuto de silencio).

Compañeros: La muerte para los apristas caídos, es apenas una ausencia transitoria de la vida terrestre. Porque cuando la muerte ha sido heroica, asegura una presencia permanente en los fastos de la gloria. Los muertos apristas han desaparecido del escenario que nos circunda, pero para ingresar de modo definitivo y permanente al escenario de las grandes glorias nacionales.

Ellos nos han trazado un hermoso camino. Ellos han sido un verdadero ejemplo para nosotros. Han venido a probar en un país que se creía enfermo incapaz de dar pruebas de arrogancia viril, como no hay necesidad de ir muchas páginas hacia atrás de nuestra historia para encontrar hombres capaces de entregarse a su credo y rendir su vida por una fe. Han venido a probar que en la época contemporánea también hay héroes que saben enfrentarse a la muerte por el amor a una doctrina y por el amor a un ideal. 

Si nosotros hemos contraído un compromiso con el porvenir al afirmar que solo el aprismo salvará al Perú y que transformaremos el Estado peruano sobre las bases de la justicia, no olvidemos también que nuestros muertos nos dejan un mandato del pasado y que la sangre que ellos derramaron tiene que ser perennizada por nuestro esfuerzo, y que el único monumento que podremos levantarles no será de mármol ni de acero: habrá de ser el cumplimiento de nuestra misión y la realización de nuestra doctrina.

Ellos han pagado la contribución de dolor que tienen que rendir las grandes causas para alcanzar la victoria. No es posible que un gran esfuerzo hacia la justicia pudiera rendirse sin que se desangra nuestro organismo. El país parecía reclamar esta prueba suprema del Partido. El Partido necesitaba medir en sí mismo su capacidad de sacrificio. Y nosotros hemos pagado una contribución dolorosa de sangre que nos ha abierto el camino de la victoria.

Somos una fila humana que ha aparecido en la lucha política sin maestros, que como dijo el Jefe, no hubo maestros porque a todos los vio claudicar. Por eso tuvo el derecho de ser beligerante y de ser irreverente. Por eso derribó los ídolos de madera. Pero ahora nuestra actitud es distinta. Ahora tenemos maestros. Los maestros son nuestros muertos.

Manuel Seoane Corrales.

Recordemos, por eso, a los caídos en el trágico peñón de San Lorenzo, a los 8 jóvenes marineros que fueron las primeras víctimas de la tiranía y que fueron los primeros ocho puñales clavados en el corazón del Perú.

Recordemos a los caídos en el departamento de La Libertad, en Trujillo, la heroica y la mártir, que regó con sangre y sus calles, que supo levantar su alto el pendón de la prisma y demostró ante el mundo entero cómo se sacrifica los pueblos en aras de la libertad. 

Y recordemos también a los caídos en el esfuerzo revolucionario de Huaraz, a los compañeros, oficiales, policías y civiles que fueron sacrificados en el departamento de Ancash, en otro esfuerzo generoso para derribar a la tiranía. Y recordemos también a los caídos en la pampas de San Cristóbal, después de la revolución de Cajamarca. Y al comandante Jiménez.

Precisamente, porque nosotros fuimos sus aliados políticos cuando ejerció el gobierno, porque nosotros no recibimos ningún favor especial de parte del comandante Jiménez, tenemos el derecho moral de proclamar, ahora que está muerto, que Jiménez en Cajamarca, fue una figura gallarda, verdaderamente representativa del ejército nacional, A quién guardamos respeto, cómo lo guardamos a todos los militares cuando saben ponerse a la altura de su misión histórica y cumplir austeramente su deber.

Y rindamos también homenaje a los muertos anónimos, a los que cayeron en las calles de la ciudad por lanzar su grito de emoción partidaria, a todos los oscuros ciudadanos que regaron con su sangre el suelo del país, pagando así su tributo de dolor.

Y rindamos también —porque somos un partido fuerte, capaz de nobleza— un emocionado homenaje a los adversarios caídos. Ellos no fueron sino los instrumentos ciegos de hombres que se esconden tras de bastidores. Porque es necesario decirlo muy alto, ellos también eran compañeros de clase de nosotros. Los verdaderos autores de las masacres, los verdaderos adversarios de la prisma no fueron los que se pusieron frente a nosotros, arriesgando sus vidas, sino los que se esconden detrás de sus guaridas, los que se ocultan en las tinieblas y aparecen como duendes en la política del país. Ellos también están muertos. Están muertos moralmente, a pesar de que se les quiera resucitar, vistiéndolos con pasaportes diplomáticos. Porque son vivos que están muertos por demasiado "vivos". 

Y así como estos vivos, están muertos moralmente, también podemos afirmar nosotros que los muertos apristas están vivos en la gloria, en nuestro recuerdo y en el recuerdo imperecedero que les tributará el país. 

Esta contribución dolorosa ha sacudido reciamente nuestros sentimientos, porque debajo de nuestra coraza de luchadores hay también una pulpa sentimental que se duele por la muerte del hermano. Hemos tenido momentos de dolor profundo. Pero para el aprismo el dolor no es lágrimas que ruedan, ni comparsa carnavalesca. Para nosotros, el dolor es escuela y acicate para la lucha.

Para forjarlo, también hay que golpear fuertemente en el acero. Y el acero se queja cuando recibe los golpes del martillo. Es así, a golpes de martillo, cómo se hace fuerte y no se dobla ni se rompe. Los golpes que ha recibido el aprismo también fueron golpes de martillo, qué castigaron nuestro corazones. Fuimos forjados por el dolor y ahora podemos afirmar que somos un partido de acero que no habrá de romperse ni desviarse.

"Pulverizamos al aprismo", se dijo desde el poder, cuando el poder representaba una fuerza sangrienta. Y para hacerlo, sembraron el país de cadáveres, pero el aprismo no se ha pulverizado. El aprismo está hoy más fuerte que nunca. Los muertos apristas han sido semillas de futuro, semillas de porvenir. Parece que la tierra misma hubiese tenido conciencia de que al sepultarlos en su seno guardaba un grano que habría de germinar después. Parece que el dolor de los apristas, las lágrimas de los deudos, el llanto de los huérfanos, fuera el riego que fecundase esa semilla. Los apristas sepultados en las zanjas de fusilamiento son como las raíces de un árbol gigantesco, el árbol del aprismo, que hoy se luce en la superficie más poderoso que nunca, seguro de llevar en su sabio el mandato que le dieron los caídos en la lucha. (Grandes aplausos).

Compañeros del Partido: Al concluir esta breve palabras de salud y de homenaje a nuestros muertos, quiero recordarles que a cada uno de nosotros nos corresponde una participación de responsabilidad en la promesa de realizar su testamento heroico. Que los muertos no van a ser para nosotros figuras decorativas en el álbum del ayer, sino un ejemplo constante, una acicate permanente. Y que cada aprista está en la obligación de ponerse a la altura de la gloria de los muertos, entregando su esfuerzo sin reservas en servicio de la causa del Partido, qué es la causa de la Justicia Social. (Ovación)

*Discurso de Manuel Seoane, publicado en La Tribuna, martes 17 setiembre 1963.

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