Manuel Seoane: "Los dos grandes problemas del Perú"

Un análisis sereno y profundo de los diversos problemas que plantea la realidad social peruana: cuestión indígena, latifundismo, preeminencia de la Iglesia, salubridad y moitandad infantil, deformación en la economía, dominio del capital extranjero: bancario e industrial, monocultura, falta de vías de comunicación, pobreza de escuelas, etc., nos conduce a establecer que todas ellos se reducen a aspectos a reflejos o dependencias de dos problemas fundamentales: el agrario y el imperialista.

Examinémosla someramente. El Perú vive, en líneas generales, su etapa económica feudal, salvo en algunas regiones de la costa donde se está operando el proceso de transformación industrial. El viejo ayllu incaico sólo subsiste como organización familiar, de efectos espirituales, válida, a lo sumo, en el plano económico, para la iniciación de alguna industria patriarcal o la explotación de pequeñas parcelas. Pero la tierra, genéricamente, o sea la expresión económico- agraria del ayllo, no le pertenece. Le ha sido despojada, gradual y dramáticamente, por los conquistadores españoles y por los libertadores de la época republicana. Para el campesino peruano, la tierra, hoy, es sólo su galera de trabajos forzados. Cada día que transcurre es menor su derecho y mayor la potencia de sus patrones, los "gamonales".

Hemos dicho que en las haciendas de la costa se opera un proceso de transformación. Efectivamente, la extracción de productos tiende a convertirse en una industria perfecta. La ley capitalista de la concentración se ha venido operando. Así vemos que las industrias extractivas de caña de azúcar que en 1913 eran 90, con una extensión de 200.000 hectáreas, se reducen en 1928 a 70, con una superficie de 250.000 hectáreas. Igual cosa ocurre con las de algodón y arroz. Estas industrias agrícolas cuentan con un campesinado numeroso: azúcar 30.000; algodón, 40.000; arroz (ingenios de pilar), 12.000. Estos trabajadores, a pesar de haber iniciado enérgicos movimientos gremiales, aún soportan las consecuencias del régimen feudal del trabajo. En efecto, perciben los siguientes salarios: (1 sol es equivalente a 1 peso) azúcar: 1.75, al día: arroz: 1.40; algodón: 2 al día, o sea un promedio de salario de ¡42 soles al mes! Cabe añadir que estos datos, tomados de la Estadística Oficial, como los que irán más adelante, pecan de parcial falsedad.

Haya de la Torre y Manuel Seoane.

Pero estas haciendas de la costa, en plena evolución, aunque arrastran a los indígenas serranos para obligarlos a trabajar, no representan el verdadero drama agrario del Perú, Donde el gamonal peruano adquiere sus contornos siniestros es más allá de la cadena de montañas que señalan los límites de la costa. Es decir, en el interior del país. donde vive la mayor parte de la raza indigena. Ahí el gamonal es amo y señor de vidas y haciendas. Para el campesino no existe jornada de trabajo, pues debe hacerlo mientras el patrón, látigo en mano, se lo ordene. Su mujer o sus hijos deben servir en los quehaceres domésticos, incluso la forzada prestación de sus cuerpos, sin protesta posible. El gamonal suele ejercer el derecho de pernada. El salario es risible, cuando existe. Hay zonas donde se les paga en especie, o en derecho al usufructo de pequeñas parcelas, y otras donde los indígenas ganan comida y ¡10 centavos al dia! La iglesia católica, explotadora ella misma, fomenta la superstición del indígena, la esclaviza mentalmente y se alía al patrón. Como en el medioevo europeo, ella gobierna indirectamente, cobrando a los indios continuas gabelas bajo supersticiosas amenazas.

Frente esta realidad los dirigentes europeos del comunismo criollo han propuesto la solución del Estado indio dentro del Estado peruano. Semejante absurdo se inspira en el falso símil de las minorías europeas. Pero éstas tienen su personalidad definida, integral y viven hustigadas por una raza distinta que las mantiene en esclavitud por ser minorias. Su problema es, por tanto, esencialmente político. En cambio, las indios del Perú son mayoría y su esclavitud es esencialmente económica. Se trata, pues, no de un problema de razas, sino de un problema de clases. No todos los indios son explotados. pues los hay explotadores, ni todos los explotados son indios. La esclavitud indigena constituye el 90% de la esclavitud campesina peruana, y debe ser liberada, pero junto con los esclavos blancos o mestizos. Además, geográficamente, la iniciativa es absurda. porque los indios están diseminados en el Perú todo, mezclados con blancos y mestizos. La división es horizontal, es económica, no es vertical, de razas. Por otra parte, el Estado indio permitiría abarcar en él a los indios gamonales. Por eso, este criterio o solución es equivocado. El problema, repetimos, es económico. La línea de diferencia que establecemos los apristas es la de la explotación del hombre por el hombre y no la del color de los pigmentos de la piel.

Estamos, pues, en el verdadero plano marxista. Al abogar por la nacionalización de la tierra, luchamos contra el latifundio, por la devolución de las tierras a los que la trabajan y por la redención integral de la raza indígena. Este cambio en la estructura económica trae aparejados los correspondientes cambios en la superestructura política y cultural: desaparición de la influencia eclesiástica, multiplicación de escuelas, gobierno propio de comunes, etc.

El Perú, cuyo desarrollo económico atraviesa, como hemos dicho, la etapa feudal, o a lo sumo está saliendo de ella en algunas regiones de la costa, carece de un capitalismo desarrollado, potente y audaz. Su capitalismo es débil, miedoso, sedentario. Y esto ocurre en una época en que la acumulación capitalista llega a su máximum en las potencias imperialistas de Estados Unidos, Inglaterra, Japón, etc. Mientras el Perú carece de capitales propios para fomentar la extracción de sus materias primas única gran riqueza nacional, esos imperialismos necesitan éstas, en primer término, para su industria y necesitan, también, en segundo término, ubicar el exceso de capital en inversiones útiles y rendidoras. El fenómeno lógico, por consiguiente, es que el gran capital imperialista. refinado y voraz, inunde el país feudal y promueva velozmente la explotación de sus riquezas naturales.

Pero el capital imperialista no se interesa por el desarrollo integral de la nación. Sólo provoca e intensifica el de aquellas materias primas en las que tiene interés especial, a saber, en el Perú: petróleo, cobre, oro y plata, en minería; algodón, azúcar y arroz, en agricultura: lana y cueros, en pecuería. La explotación de esas materias se inicia y realiza en forma gigantesca, invirtiendo grandes capitales, extendiéndola de tal manera que, en realidad, se deforma la estructura económica del país. Aquélla no es como un tónico para su organismo, que favorezca su crecimiento armónico. Es sólo la entrega de sus más ricos órganos vitales para que pose en ellos el tentáculo succionador que ha de robarle los glóbulos rojos. 

Además, el imperialismo no transforma el tipo feudal y semiesclavista de relaciones entre capital y trabajo. Por el contrario, lo mantiene y asegura. Las empresas imperialistas del petróleo y el cobre explotan criminalmente al proletario y al empleado peruanos. Hay regiones donde se trabaja 12 horas por el salario de 1.50 al día o un sueldo de 60 pesos. Todos los técnicos y altos empleados son extranjeros. La Cerro de Pasco los derrumbes de los túneles mineros son continuos y las indemnizaciones por muerte apenas se pagan a razón de 50 soles cada una, cuando se pagan. Las autoridades políticas reciben coimas suculentas y si no se les destituye. El imperialismo no sólo esclaviza, también corrompe.

Pero hay más aún. Las empresas imperialistas, que pagan casi todas en vales y no en moneda nacional, imponen, mediante este recurso, el consumo obligatorio en sus almacenes. El trabajador, pues, se convierte, también, en un consumidor de la empresa. que asi prolonga la explotación o la succión hasta el último límite.

Por otra parte, y esto es lo principal, si bien es cierto que era necesario el gran capital extranjero para promover el progreso de las industrias extractivas, bien pudo recibírsele bajo un régimen de impuestos que garantizase al Estado peruano una justa participación en las utilidades. Tal cosa no ocurre. No solamente se defrauda al fisco, falseando las cifras, o exportando por cobre lo que es mezcla de cobre y oro, sino que los impuestos son miserables. Según un cálculo oficial, la producción petrolera peruana dió al Estado, en 1928, 3 millones de soles. Ese mismo año, la Argentina, con ser la mitad, daba 15 millones de utilidad al Estado. En 1928 la exportación de productos agrícolas y mineros sumaba un valor de casi 400 millones de soles. El Estado percibió en impuestos a la misma, 12 millones, es decir, un 3%. ¿Es beneficioso para un país vender su riqueza natural a cambio de un 3% de utilidad? Finalmente, el imperialismo importa el monopolio, directo o disfrazado, y con ello la ruina de la pequeña industria y la imposibilidad de un crecimiento sincrónico del país. Se lleva las materias primas e impone sus productos manufacturados. La explotación es integral.

Los apristas, que aspiramos a libertar el capital humano de la esclavitud agraria, aspiramos también a libertar el capital efectivo, que es nuestra riqueza agro-minera, de la esclavitud inıperialista.

Propiciamos la nacionalización de la industria, o un capitalismo de Estudo gradual, para decir mejor. Amparando las industrias desarrolladas con la coraza del Estado anti-imperialista las ponemos a salvo de la succión imperialista. Además, transformamos el régimen de desfalco del que somos víctimas, pues las utilidades no irán a Londres ni a Nueva York, sino que serán para el Perú. Los trabajadores manuales e intelectuales, las clases medias, la pequeña industria, no serán víctimas de la explotación. El país contará con capital suficiente como para desarrollar armónicamente su personalidad económica bajo pautas de justicia social.

Este esfuerzo tiene que ser realizado por los trabajadores mismos, es decir, obreros, campesinos, empleados, pequeña industria, soldados, estudiantes, etc. Ellos son los directamente perjudicados por el latifundismo y el imperialismo. Sus intereses concurren en esta etapa histórica y sólo su unión podrá salvar la esencia misma de la nacionalidad, deparando una victoria sobre el capitalismo feudal y sobre el capitalismo imperialista. Bajo las banderas del Apra se cobija, por tanto, el porvenir de la auténtica independencia del Perú.

MANUEL A. SEOANE.

Desterrado como presidente de la Federación de Estudiantes del Perú a su primera prisión, el 26 de junio de 1924.

*Claridad. Revista de arte, crítica y letras, tribuna del pensamiento izquierdista. Año 9, Nº 214, Buenos Aires, 13 septiembre de 1930.

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