Oscar Herrera: "El APRA es el primer patido de principios y de plataformas sociales"

Un vistazo al panorama político del Perú resultaria siempre interesante e instructivo, al mismo tiempo que orientador, para la juventud latinoamericana que lee esta revista "CLARIDAD", pero en estos momentos borrosos que han seguido al derrumbamiento de la brutal tiranía del "civilista" de Augusto Leguía resulta indispensable.

Bueno es que digamos algunas palabras previas sobre la historia del Perú republicano y sobre los partidos políticos antes de tratar de mirar el panorama político actual, ello explicará y aclarará mucho lo que vamos a ver. 

Los primeros tiempos los llenan las figuras pintorescas de los generales improvisados, con o sin laureles de la lucha por la independencia. Período de luchas villanas y sangrientas dirigidas por la ambición de mando y de oro fiscal, época sin contornos que la puedan definir en el campo de las ciencias económicas, transición dolorosa de la colonia a la vida republicana. De esta época sólo ha merecido el recuerdo Don Ramón Castilla, general venido desde las oscuras filas de soldado raso, analfabeto, pero de más firme patriotismo que todos sus similares: durante su gobierno el congreso, animado por los liberales de don José Galvez, dió la constitución de 1860, que pudo sobrevivirle hasta 1919.

La tragedia de los tres hermanos Gutiérrez, tres generales que intentaron apoderarse del gobierno —tan explotada por los cronistas yanquis, interesados en justificar la penetración armada de los capitalistas de su país en nuestra América— a quienes el pueblo de Lima linchó y quemó en la plaza de armas, después de exhibirlos colgados de las torres de la catedral limeña, destaca la figura del primer civil gobernante, don Manuel Pardo, fundados de un partido civilista, por representar la reacción contra el militarismo, partido de latifundistas, gamonales, propietarios y su séquito de profesionales, que se titulaban pretensiosamente clase dirigente.

La guerra con Chile borra las figuras civiles momentáneamente. Después de ella el Perú pobre, ensangrentado y tambaleante cae por fin en brazos de los civilistas, mejor dicho en las manos de los civilistas, que lo acogotan y explotan hasta Leguía.

Las consecuencias de la clara visión de don Manuel Pardo, las sufre el Perú hasta ahora; la clase rica organizada en partido asesorada por nuestros intelectuales de relumbrón ha usufructuado el poder sesenta años, casi sin interrupción, y no ha producido nada, no ha hecho nada en beneficio del Perú. Su acción ha sido totalmente nefasta en finanzas y en economía, en instrucción, en la organización política del país, y hasta en las relaciones exteriores: política de empréstitos, de impuestos indirectos, de despilfarro administrativo, defraudaciones desvergonzadas; presión política; mentiras de progreso material es todo lo que puede anotarse en su haber. Después de más de media centuria de gobierno el Perú está desmembrado, disminuído en un cincuenta por ciento de su territorio, embrutecido por la servidumbre del campesino, con más de cuatro millones de analfabetos sobre un total de seis millones de habitantes, extenuado por una cuantiosa deuda pública de ciento treinta millones de dólares.

Leguía ha sido el más alto exponente del civilismo traidor, la historia de su gobierno no es ni puede ser sino la continuación de la historia del gobierno del partido que lo encumbró, existe sí, la agravante de su tiranía descarada afirmada en la protección de los banqueros y el gobierno de los EE. UU., para quienes era el mejor gobernante del Perú, el Washington de Sud América "el hombre más grande de la historia republicana, como Francisco Pizarro lo fué de la historia colonial" y es claro, este es un criterio de mercaderes. Pizarro conquistó el Perú para España y Leguia se apoderó de su gobierno para venderlo a los yanquis.

Los partidos políticos en el Perú, han sido siempre una ficción: ha faltado envergadura moral en sus fundadores para precisar una ideología o para afirmar una tendencia; los partidos no han sido sino carteles descoloridos.

Hasta antes del primer asalto al poder de A. B. Leguia, existían en el Perú cuatro agrupaciones políticas, el partido civil, cuya composición dejamos indicada más arriba; el partido demócrata, agrupación de clase media, o mejor dicho de gente de clase media con aspiraciones burguesas; los demócratas más que tales eran pierolistas, porque en realidad los unía el común afecto a don Nicolás Piérola el fundador del partido, hombre de gustos aristocráticos, de grandes frases, que se hacían populares, y que escondían su conservadurismo ultramontano; jurado enemigo de los civilistas, contra quienes su partido había surgido, no tuvo inconveniente en fusionarse a ellos para alcanzar el poder; tal vez creyó en aquella oportunidad utilizar a los civilistas, pero los hechos no le dieron la razón, a pesar de su presidencia de la república.

Perola fue un judío popular y algo demagogo. Aun a su muerte se evidenció su arraigo, su fuerza su sugestión sobre las masas; su funeral fué la mejor prueba también de sus vinculaciones con la iglesia católica; formaron tras de la enorme multitud, en oscura columna, unos cuantos centenares de frailes con la capucha calada, que, uncisos y doloridos, musitaban sus oraciones, nimbados por las humaredas perfumadas de los inciensarios.

Haya de la Torre acompañado por Luis Alberto Sánchez, Armando Villanueva del Campo, Andrés Townsend Ezcurra, entre otros compañeros.

Pero el partido demócrata no pudo sobrevivir a su jefe y fundador, el partido era el hombre, no le animaba un ideal claro y sencillo; con Piérola se enterró el partido demócrata y fueron inútiles los esfuerzos de los parientes del caudillo para volverlo a la luz. Los más vinculados a don Nicolás de Piérola ni siquiera respeteran su memoria y se sumaron a las filas de uno de sus más encarnizados enemigos como fué el tirano Leguía. Todos los "demócratas" están muertos. 

También hubo un partido liberal, fundado por un señor Augusto Durand, rico latifundista de Huánuco, otrora pitrolista. Ese partido liberal, fué como el demócrata, con muchos menores prestigios y popularidad, de liberal sólo tuvo el nombre, jamás se batió por ninguna libertad en ningún campo de acción; si alguna vez levantó montoneras revolucionarias sólo agitaron como bandera la ambición de su jefe. Estos liberales no tenían ningún contacto intelectual o moral con los del 60.

El más curioso de todos los partidos fué el que se titulaba partido constitucional, fundado por un ex tirano, uno de los más sanguinarios que ha padecido el Perú, el general don Andrés Avelino Cáceres. Por su bravura y por su perseverancia este general fué orgullo militar en la guerra con Chile por su gobierno la deshonra más grande de los últimos tiempos. Resulta pues sarcástico que tan caracterizado personaje fuera el jefe del partido que tenía por norte la defensa de la constitución nacional y sus garantías ciudadanas.

Estos fueron los partidos llamados históricos en el Perú, su falta de ideales estimuló siempre la fusión de sus fuerzas sin otro objeto que facilitar la toma del poder por sus dirigentes.

Después del "pronunciamiento" de Sánchez Cerro, han desaparecido como por encanto los leguiístas; no hay nadie que defienda o siquiera justifique al gobierno depuesto y hoy sometido a un proceso vergonzante ante un tribunal "ad-hoc". No se ha vuelto a hablar del partido que intentó fundar Leguia desde la presidencia a base de sus protegidos y funcionarios. Pero si bien han desaparecido los leguiístas hacen su reaparición los esconditos brotes de otras ramas del tronco co- mún del añoso partido civilista. Con el pretexto de comisiones nacionales de esto o de aquello las gastadas figuras del nefasto organismo político hacen su entrada en escena y fingen posturas virginales de prostitutas purificadas por el dolor del alejamiento de sus naturales actividades; entre estos vemos a un señor Diez Canseco que después de estar deportado en Buenos Aires capítulo vergonzosamente ante Leguía y fué a ocupar puesto público bien rentado, y con él, en un comité de recepción a deportados que no se rindieron y que están por regresar, figuran los nombres de todos los niños "bien", de la cursi y feble aristocracia limeña, cuyos gritos histéricos contra Leguía y su régimen no se oyeron ni en los fondos de su propia casa cuando el tirano estaba en el poder y los muchachos universitarios dirigidos por sus líderes de izquierda se batían en las calles y se abrían el camino del ostracismo sombrío. Por otro lado la enorme mayoría de los no rendidos pertenece a las filas de los que siempre estarán contra tan estúpida gente, son los profesores de las Universidades Populares o miembros del Apra.

Asi hay muchos otros comitecitos, en la capital y en las provincias peruanas, de individuos que pretenden pescar a río revuelto, hacerse notar de cualquier manera, para el logro de sus fines personales; que son los únicos que pueden perseguir, ya que no les alcanza la mente para otra cosa y jamás sintieron el impulso generoso de idealidad alguna.

En el panorama político se destacan también como una fuerza los estudiantes universitarios de todo el país, ellos han sido los ciudadanos de la resistencia de la tiranía, de entre ellos han salido los hombres que han descubierto la realidad social del Perú y los que han señalado los derroteros a seguir para marchar hacia la solución de los problemas fundamentales de la nacionalidad. Lo que sí es cierto es que esta influencia indudable que ejercen los estudiantes hoy entre el pueblo se resiente de, una orientación firme; por ejemplo en el manifiesto de los jóvenes se notan proposiciones contradictorias: aspiraciones expresadas que coinciden con las del Apra alternan con requerimientos que están en abierta pugna con ellas: como aquel deseo referente a una convención de partidos que sirva para unificar las fuerzas políticas del país, lo que demuestra olvido de la vida de esos partidos, de sus desaciertos y traición nacional. Alienta el recuerdo del probado apasionamiento idealista de la juventud.

Pero las líneas principales del panorama las constituyen dos fuerzas antagónicas, las fuerzas del Apra y las fuerzas conservadoras, que tienen fatalmente que chocar en la lucha de las ánforas o en la guerra civil.

Los domesticados anti-leguíistas que se reúnen al lado de los Aspillaga, de los Villarán, de los Prado, de los Miroquesada, o de los conservadores de postura liberal-socialista que jamás estuvieron al lado del pueblo, ante el peligro de no triunfar aislados se coaligarán, simularán una convención nacional para “salvar a la patria" y se aprestarán con todas sus armas a la lucha contra el Apra, que es el primer partido de principios y de plataformas sociales y políticas que se ha fundado en el Perú para peruanizarlo.

Ya desde ahora se perfila la lucha futura, los diarios civilistas, vale decir, conservadores o retardatarios del Perú, como "El Comercio" de Lima para citar el más antiguo y más fuerte, al mismo tiempo que el más medroso y callado de los años de la tiranía leguiista, han comenzado la campaña de desprestigio a los líderes del Apra y han dado en denominar sonajas a fundamentales problemas contemporáneos como el imperialismo capitalista de los Estados Unidos de Norteamérica. Esta campaña de menosprecio es la táctica jesuita que casi siempre les dió buenos resultados a los conservadores peruanos; pero felizmente para el Perú los tiempos han cambiado algo, hoy sabe mucha gente que desconocer o menospreciar los problemas no es solucionarlos.

Los conservadores cambian sus etiquetas y ya se habla de socialistas nacionalistas, de socialistas demócratas y hasta de comunistas; pero en el momento álgido de la lucha caerán estos ropajes, y el pueblo podrá ver claro la peluda piel de estos monos de la política peruana.

En último análisis todos los matices quedarán reducidos a dos o "civilistas" o apristas, no caben los términos medios ni los ultra rojos o anarquistas. En un futuro no lejano se operarán acontecimientos definitivos y trascendentales en el Perú, los elementos civilistas se apoderan totalmente del gobierno desplazando a los elementos militares que no les sean adeptos, o en caso contrario el Apra se hará cargo del gobierno, dando comienzo a una nueva etapa de la vida republicana del Perú.

Guardernos nuestra esperanza de que al fin triunfe la razón en el Perú, y sea derrotado para siempre el nefasto partido civilista y sus aliados.

Oscar Herrera.
Buenos Aires, octubre de 1930.

*Claridad. Revista de arte, crítica y letras, tribuna del pensamiento izquierdista. Año 9, Nº 217, Buenos Aires, 25 octubre de 1930. 

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