Luis Alva Castro: “Fraternidad con todos”

Las campanas de la Historia jamás doblan por Víctor Raúl Haya de la Torre. Por él replican siempre. El doble es de difunto, el repique de gloria. A veces, sin embargo, en mi soledad evocativa, imagino a Víctor Raúl, en la aterradora inmensidad del tiempo, con su corazón doblando por nosotros los apristas cada vez que no somos dignos de su ejemplo y de su memoria.

En este 22 de febrero, los apristas debemos agradecer que la Historia sea tan sabia y generosa con nosotros, pues nos brinda la más envidiable oportunidad de solidificar el edificio glorioso de nuestro partido sobre el macizo e insustituible cimiento de la fraternidad.

Volvamos a Víctor Raúl, no hay otro camino. Bebamos en la fuente inagotable de su pensamiento y en la brisa cristalina de su ejemplo. Nutrámonos de su dolorosa agonía vital, de su amor desgarrado por el oprimido y el desheredado. Es cierto que su estatura histórica resulta inalcanzable, pero intentemos crecer y agigantarnos en espíritu hasta hacernos dignos de su sombra. Evitemos siempre caer en la decrepitud moral, en la ambición bastarda, en la anemia mental. Volvamos a Víctor Raúl, humildes y orgullosos, al mismo tiempo de ser sus seguidores y discípulos. No lo traicionemos con la tentación de la mezquindad, no prevariquemos de su gloriosa y ejemplar memoria.

Luis Alva Castro y Guillermo Larco Cox.

Si somos apristas, hijos de apristas, hagámoslo por el sacrificio de nuestros padres. Y si acaso no lo somos, hagámoslo por el derecho de nuestros hijos a llamarse apristas y recordarnos siempre puros, limpios y generosos. No los defraudemos. Cada vez que debamos hablar o actuar, pensemos en Víctor Raúl, nuestro maestro mayor, en Arévalo nuestro mártir desgarrado, en Barreto el héroe legendario, en Negreiros el conductor sangrante, en la grandeza imperecedera del Cachorro y Luis Alberto, en la sacrificada entrega de Ramiro y nuestros mayores, en la miles de compañeros que, de espalda al paredón, ofrendaron sus vidas para que nuestro partido perdure y sea grande. Ellos, convertidos en polvo viaje a las estrellas, nos miran desde la eternidad. Que esa mirada no se convierta jamás en el ojo de Dios acosando y acusando a Caín. No los traicionemos. Porque la traición imperdonable sería, sobre todo, si empañamos el primer Centenario de Víctor Raúl con luchas infraternas y concupiscencias suicidas.

Formulo, desde estas páginas cordiales de La República, un fervoroso llamamiento a toda la militancia, a los veteranos luchadores con heridas de guerra en el cuerpo y en el alma, a los jóvenes apristas anhelantes de conquistar futuros y construir auroras de justicia, para que resembremos juntos la fraternidad partidaria. Es natural que cada uno de nosotros tengamos legítimos derechos dentro del Aprismo, pero también debemos tener el santo deber del renunciamiento personal cuando se trata de salvar los altos intereses del Partido que son, al mismo tiempo, las más elevadas aspiraciones de la Patria.

Unidad, fraternidad, lealtad, acción, son las grandes voces de orden en la hora actual, que recogen en esencia del glorioso mandato de Arévalo. No cabe otro camino, ahora, sobre todo, cuando adquiere rotunda validez el apotegma hayista: unidos todo lo podemos, desunidos nada somos.

*Artículo de Luis Alva Castro, publicado en La República, jueves, 22 de febrero de 1996, p. 18.

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